Una semana que parece un año

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Una calle normal de Shanghai

Vivo en una ciudad de 24 millones de personas, la tercera ciudad más poblada del planeta tan solo superada por Nueva Dheli (25) y Tokyo (38). Así que, en esta ciudad puede pasar de todo… y me encanta.

El primer impacto que tuve nada más bajar del avión, coger un taxi y ponerme a caminar por mitad de Shanghai es indescriptible y lo recordaré toda mi vida. Es como si se produjese en mi cerebro un cortocircuito neuronal y se activasen partes que creías olvidadas. Empieza la supervivencia. Debes aprender todo de nuevo, comunicarte, hablar, entender los carteles de la calle… te fijas en locales muy atractivos por fuera pero realmente no tienes ni idea de lo que se hace ahí dentro, pero todo es investigar.

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Las carreteras locas de Shanghai

Shanghai es una ciudad en la que no se habla nada inglés, ni siquiera los recepcionistas de los hoteles. Palabras básicas como: water, money, please o understand… ¡No las entienden! Después de un cabreo monumental empecé a comprender que, siendo la  lengua más hablada del mundo con 1.200 millones de personas nativas. ¿Para qué iban a perder el tiempo aprendiendo otro idioma? Ya se encargará el resto del mundo en aprenderlo. Es por ello que, el primer día tardé casi tre horas en comprar un mechero para fumarme mi anhelado cigarrillo. Suerte que soy muy bueno jugando al «adivinar películas con gestos». Pero realmente quizás ese sea uno de los motivos por los que estoy aquí. Siempre me han gustado las cosas difíciles y adaptarme a situaciones adversas… es lo que me mantiene vivo.

 

Me entiendo bien con la cultura china, pero sobre todo me llevo estupendamente con su gastronomía, que ya la he considerado como una de las mejores del mundo. Aunque mi madre se queje, me encanta comprar comida en los puestos ambulantes que hay por la calle, y disfrutar de unas ricas codornices fritas o los famosos Sheng Jian Bao (dumplings de to’ la vida). Pero también cabe la posibilidad de meterte en uno de los miles de restaurantes que tienes por la zona y pedir al azar, comerás como un rey por menos de tres euros. Pato al horno, Hot Pot, Dim Sum, tofu, noddles… la oferta es ilimitada. Eso sí, comer arroz con palillos en una auténtica hazaña. Necesito hacerme con unos cubiertos pero ya… y meterme en un gimnasio también.

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Dim sum
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Arroz con verduras y pollo

 

 

 

 

 

 

 

Otra de las cosas que más me llama la atención es que no paran de hacerme fotos por la calle cuando me alejo del centro. Unas veces me piden amablemente que me quede quieto, otras tantas se hacen selfies conmigo. Al principio creía que era por llevar barba, ya que ningún chino tiene y me suelen decir que parezco el Bin Ladem Yao Ming…  Pero sencillamente es porque les parece increíble ver a un occidental paseando o cogiendo el metro. Suelen ser turistas chinos de otras áreas menos pobladas. No quiero ni pensar lo que pasará cuando empiece a viajar por el país…

El caos en el que se convierte la ciudad desde las 07.00 am es tremendo. Me llama mucho la atención la desorganización ordenada que tienen. A veces un poco desastres, no saben guardas colas, te escupen en el pie, sorben la sopa haciendo ruido… todo aquí funciona así, ¡Pero tiene su encanto!

El respeto a los ancianos y a las personas mayores es asombroso. Mientras en nuestra cultura los metemos en asilos hasta que mueren sin que den el coñazo, aquí una persona mayor es respetada y admirada. Las personas mayores son fuente de sabiduría y experiencia, y la civilización oriental sabe perfectamente que siempre pueden sacar cosas positivas de ellos.

¡Por cierto! Toronjo me acompaña a todas partes, y ya se ha hecho amigo de las mejores cervezas del país. 🙂

A grandes rasgos estos han sido mis primeros pasos, la semana que viene os contaré un poco sobre la Universidad y el entorno! Sé a ciencia cierta que lo mejor está aún por llegar… siempre!

 

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Hasta la vista!

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