No amar, o no amar bien (que es lo mismo)

Decía Ernest Hemingway en la existosa película de Woody Allen (Midnight in París) que: «El amor que es real y veraz crea una tregua con la muerte. La cobardía viene de no amar, o no amar bien… que es lo mismo.» 

Llevamos toda la vida descubriendo que un nuevo propósito está emergiendo en el corazón de las personas. Se trata de una promesa concreta e intangible. A diferencia de otras, no suele pronunciarse, pues consiste en una práctica pacífica y silenciosa. Es el mayor de los compromisos que podemos hacer con nosotros mismos, y cumplirlo no requiere consejos ni estudios. Está por encima de cualquier otra meta: aprender a amar.

¿Se aprende?

Todo parece indicar que hemos venido a este mundo para aprender a amar, aunque hay pocos que finalmente lo logran. Se descubrió antes de que comenzara la historia de la filosofía. Todos los grandes sabios de la humanidad, cuyas enseñanzas dieron origen a las instituciones religiosas que conocemos hoy en día, dijeron esencialmente lo mismo: «Amar a los demás es el camino que lleva a los seres humanos a la felicidad».

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Todo parece indicar que el amor es lo único que crece cuando se reparte. Aunque muchos otros han seguido predicando con su ejemplo, pasan los años, las décadas y los siglos, y la gran mayoría de seres humanos seguimos sin saber amar. O no queremos hacerlo. Aprenderlo no entra en los planes de nuestro proceso de condicionamiento familiar, social, cultural, religioso, laboral, político y económico.

Como estudiantes nos hacen memorizar lo inimaginable. Luego nos preparan para ser profesionales productivos. Pero se olvidan de lo más básico. Así es como entramos en el mundo: sin saber gestionar nuestra vida emocional. Y si bien el éxito no es la base de la felicidad, ésta sí es la base de cualquier éxito. Por el contrario, desde pequeños nos hacen creer que el mundo está lleno de gente malvada. Que no hay que confiar en los desconocidos. Que lo importante es ocuparse de uno mismo e ir tirando. Así, el miedo, la frustración y el resentimiento van pasándose de generación en generación, creando una cultura basada en la desconfianza, la resignación y la insatisfacción.

 

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«No es signo de salud el estar bien adaptado a una sociedad enferma» (Jiddu Krishnamurti)

Porque la sociedad hoy en día nos impide enamorarnos, o no queremos hacerlo por miedo. Nos bombardean diariamente con la idea de que un cuerpo perfecto es posible, de que las arrugas no son síntoma de experiencia y, encima afean. Nos hacen creer que un batido de proteínas cuesta tanto o más que la mismísima Biblia o un libro de Dostoyevski. Si aún piensas así, enhorabuena, la oferta de superficialidad que se abre ante ti es ilimitada. Pruebe, y si no le gusta, pruebe otra. La rueda que nunca para. La perversión de la naturaleza humana ha llegado hasta tal punto que a lo largo de este proceso de atontamiento mental también escuchamos que la bondad es sinónimo de estupidez, pues uno siempre termina por arrepentirse de sus buenas acciones. De ahí que hablar acerca del amor al prójimo suene muchas veces ridículo.

No se trata de culpar a nadie, sino de responsabilizarnos de nuestro proceso de cambio y crecimiento. Enamorarse hoy día es una guerra de valientes y de madurez psicológica (aunque a veces actuemos como niños). Lo que está en juego hoy día es nuestra libertad para decidir quiénes podemos ser y quiénes queremos ser. Y aquí no hay maestros, sólo espejos donde vernos reflejados. Es una transformación que sólo depende de cada uno.

Igual que no tenemos que hacer nada para ver, no tenemos que hacer nada para amar, ya que son inherentes a la condición humana. El reto consiste en un compromiso a largo plazo en el que la conquista del verdadero amor se convierte en el camino y la meta. El miedo a que nos hagan daño, el apego de perder lo que tenemos y la ira de no conseguir lo que deseamos nos esperan a la vuelta de la esquina. Aquí está el reto. No se trata de una moda pasajera. Para poder amar, primero hemos de albergar amor en nuestro corazón.

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«El amor es la ausencia de egoísmo» (Erich Fromm)

¿Después de tanto tiempo sabemos lo qué es el amor? No al que estamos tan acostumbrados a ver en las revistas de moda, o en la televisión, si no al de verdad. Porque una cosa es querer, y otra muy distinta, amar. Querer es un acto egoísta; es desear algo que nos interesa, un medio para lograr un fin. Amar, en cambio, es un acto altruista, pues consiste en dar, siendo un fin en sí mismo. Como lo expresa el filósofo Darío Lostado: «Si no te amas tú, ¿quién te amará? Si no te amas a ti, ¿a quién amarás?». Después de todo, el compromiso afectivo da un miedo terrible. Pero lo que si da miedo es no enamorarse. Eso si que tiene que ser espantoso.

 

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Cala Rijana (Granada)

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